lunes, 24 de julio de 2017

DE CÓMO FRANCISCA GATA PINTA CON PALABRAS


Cuando, hace ya bastante más de un año, anuncié que algún día hablaría de Francisca Gata en este apartado de “Lo que escriben mis amigos” e, incluso, adelanté esta foto con la que os la presento a quienes no la conozcáis personalmente; aseguraba que lo haría con uno de los poemas de su último libro por entonces: Detalles (poemas sobre lienzo tercero), aún inédito; pues aunque tras la primera lectura le dije que no me había gustado tanto como La celda y el mar, al final no resultó ser cierto sino que, simplemente, tardé algún tiempo en darme cuenta de toda la belleza que encierran esos versos suyos en los que pinta con palabras (como en Creación, su último poemario publicado).
            Siempre he sido malo para la poesía… Será que leí a Bécquer demasiado pronto o a Neruda demasiado tarde… O será, simplemente, que a mí lo que me gusta de Gata son sus novelas, tan duras y poéticas a la vez; especialmente Tras el canal, de la que ahora rezonga y se niega a publicar y, por supuesto, El Palacio de la Sífilis, de cuya presentación en Cartagena, hace ya diez años, he rescatado una reseña, que voy a pegar al final de sus textos, para quienes queráis leerla.
           
 Sí, he dicho “textos”, en plural, porque no he resistido la tentación de presentaros a Paca en ambas facetas: la de novelista y la de poeta. Empiezo, pues, con uno de sus poemas y continúo con la presentación que hace, en las primeras páginas del relato, de Mario, el Estudiante, el protagonista (junto a la casa), de El Palacio de la Sífilis… Hoy sólo os escribo de lo que escribe; queda pendiente, para otra ocasión y otro lugar del blog (“Amigos, conocidos y gente de paso”), hablar de ella como amiga…
 El pintor pintando un plato de pescado

El mar en plato llano, el mar vencido,
humillado, abrazando
el ataviado esqueleto de una de sus víctimas
ya anclada. Ya en el infortunio de no ser
o ser en lienzo. O ser engendro
cuando fuera la hermosura.
Qué soledad de escamas
trae la noche.
Qué soledad de frío navegando al puerto
sin salida,
sin escape,
cerrado pues que hiede su contemplación,
pues que palpita esa otra belleza
de la muerte.
Pues que el pincel ordenó
la auptosia
y sin coartada, sólo esa huella de eterna inocencia.
Qué soledad del alma si no hay alma,
si cumple su final
como ser vivo nutriendo el estercolero.

            El Estudiante es el personaje que abre la novela, pero la autora sólo los describe después de habernos llevado de su mano por las calles que conducen al destartalado caserón donde pasa los fines de semana; primero, brevemente, sus rasgos físicos, después continúa: 
            
El Estudiante era bello, inocente, bueno y noble y estaba envuelto en un aura de misterio y cierta melancolía, no fingida, pero sí adaptada a su manera de comportarse en la vida.
            Por el día estudiaba en el instituto; iba retrasado, pero le daba lo mismo. No sabía lo que quería ser, por eso demoraba el final de sus estudios todo lo que podía. Sus compañeras lo adoraban. Adoraban su forma de mover el cuerpo cuando las acompañaba a casa, el cadencioso movimiento de sus caderas. Su forma de recitar, de cantar, de tocar la guitarra y sonreír con esa tristeza lejana de la que ellas no conseguían salvarlo. Sus compañeros no sabían qué pensar de él; era una persona amable y extremadamente educada, pero que decididamente no se sentía a gusto con ellos. Mario les hablaba, se reía de sus ocurrencias, compartía libros, horas de clase y algunos ratos de cerveza y confesiones, mas procuraba distanciarse ya que sus vidas estaban en un orden distinto. Era un hombre de mujeres, con ellas se mostraba tal y como era. Resultaba fácil estar con sus amigas, no porque las tuviera impresionadas con su delicadeza y sus atenciones, sino porque a ella iban dedicados sus cuidados, por esa manía suya de proteger que no sabía de dónde le venía. Le gustaba acompañarlas para que no les sucediera nada malo, en una tarea de autobús que se había impuesto por temor a no sabía qué, tal vez a las fauces del mundo. No lo sabía, pero respiraba tranquilo al verlas en su casa y ya les decía adiós lleno de ternura.
            Era como un pájaro grande que abría sus alas para amparar a todas aquellas ruidosas chicas y a más que hubiera a su alrededor. Y ellas lo adoraban porque, aunque lo hacía con todas igual, se sentían únicas bajo su capa.
            Lo adoraban cuando les explicaba las materias que él estaba harto de estudiar un año y otro. Amaban, en suma, su forma de negarles sus favores. Sólo un beso o dos, sin intención de nada, como el que besa una fotografía o el cadáver de una madre muerta. Tan distinto a los otros, tan ajeno a la lascivia de los muchachos de su edad. Tan misterioso e irreal, ajeno al mundo presente.
            Por la noche tocaba la guitarra en un café del Callejón del Viento, antigua Cuesta de las Monjas, boleros y cosas por el estilo. Lejano al ir y venir de los camareros, al ruido de los cubitos de hielo deshaciéndose en los vasos. Al murmullo de la gente o a sus risas. A veces lo escuchaban, otras se olvidaban de que estaba allí, aunque sus ojos quemaran el local.
            Su visita a la casa era esperada los viernes. Normalmente se quedaba hasta el domingo por la tarde. Esos días había un grupo que lo sustituía porque, según su jefe, su voz era demasiado gatuna para las noches que la gente elegía para el tumulto.
            Su jefe envidiaba sus ojos encendidos, su juventud, su risa, su melancolía llena de belleza, las dunas de sus pómulos que avanzaban cuando reía. Los misteriosos fines de semana, de los cuales el muchacho nunca daba detalles. La magia de las bellas desconocidas. Pocos entenderían si supieran…
 

Y esta es, por último, la reseña que, de la presentación de la novela en Cartagena hizo Juan Antonio Rubio, ¡hace ya diez años! 
El pasado día 30 de enero se presentó en Cartagena en el Restaurante “Mare Nostrum”, “El Palacio de la Sífilis”, la primera novela de la escritora natural de Monesterio (Badajoz) que actualmente reside en Albacete, Francisca Gata Amate. 
En la presentación estuvo acompañada por su editor, Ramón de Aguilar, que dentro de la Colección “OdaLuna” ha publicado también a otros novelistas como Fernando Lalana (con “Tras la Frontera”), Rodrigo Rubio (“Fábula del Tiempo Maldito”) y Luis Leante (“Al final del trayecto”), entre otros. 
Con El Palacio de la Sífilis, su autora ha quedado finalista en el premio de novela “OdaLuna” de 1997. 
Paca Gata cuenta también con varias obras inéditas de teatro, como “La Mecánica del Amor” y “Tríptico Agónico”; de poesía, “El Bar de los Vagabundos”, “La Celda y el Mar” y también las novelas “Fin del Lamento”, “Manantial en las Sombras” y “Tras el Canal”, de próxima aparición en la misma colección anteriormente señalada. 
La Gata nos visitó y nos involucró a todos sus amigos con ese desparpajo cachondo y fresco que hacen de la autora una buena tertuliana, llena de plática y cariño; al final, en sintonía con todo lo que significa la edición de una primera novela (como parir al primer hijo), las presentaciones, los despistes de los vasos y los libros firmados como flores a los amigos, Francisca Gata nos brinda un conocimiento de su realidad de mujer escritora: como un paso a paso que se va labrando desde aquellos primeros poemas iniciales, con la ciudad como espejo y la oscuridad como signo de que “la muerte también tiene su punto de belleza”. 
El Palacio de la Sífilis es una novela que rescata trozos de identidad, salpicaduras de una ciudad en decadencia, personajes increíbles, mundanos y solitarios. Gata no falta a la cita en la búsqueda de la palabra, una tenacidad que se levanta para poner en orden al mundo. Gata cuenta cosas de la vida, mete cosas por un hueco hacia rumbos extraños e inesperados, escrita con la más inquietante poesía... incluso el propio protagonista de la novela es tierno, inocente... al final triunfa la bondad. 
La novela tiene también su correspondencia con el teatro, incluso se puso en escena en Albacete, donde ahora la autora reside. En concreto esta novela es la historia de unos personajes que viven de espaldas a la realidad, atrapados en un tiempo muerto en que sólo la inocencia puede rescatarlos. Frases bellamente construidas, personajes magistralmente perfilados y el duro contraste entre lo mórbido del tema y la ternura poética de la narración (“Romanticismo Sucio” lo define la autora, en contraposición al “Realismo sucio” americano), hacen de esta una novela única e irrepetible. 
Paca es una escritora que promete mucho, que se lee y que se disfruta, porque, en el fondo (y en la forma), nos cuenta historias de amor; historias que provocan un cierto erotismo intelectual mezclado con algo de ansiedad (la novela se acaba pronto y se quiere leer más). 
La novela la podemos encontrar en la librería “Espartaco”, en dura contraposición, también, con el estilo de macroventas tipo “Corte Inglés” y “Círculo de Lectores”, a los que la autora (de momento) no tiene la osadía en intentar conquistar.

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