lunes, 24 de julio de 2017

EL PORVENIR DE MI PASADO (MARIO BENEDETTI)


Son muchos los textos que podría elegir para ilustrar mi afición a leer a este entrañable hombrecillo uruguayo. Muchas las veces que he releído sus Poemas de la Oficina y sus Poemas del hoy por hoy; muchos los relatos suyos que me han hecho sonreír o llorar… Hasta he presumido, alguna vez, de que juntos aparecíamos en la antología Algo de Cada Uno, aunque el mérito no fuera mío ni, el compartir las páginas de un libro, aumentara el valor literario de mi cuento Sin Bruno ni Cecilia que, por cierto, también aparece en libro recién presentado: Historias de gente sin historia.
Muchos, pues, los textos que podían estar aquí… Pero me he inclinado por uno, cuyo título me parece un hallazgo y que, además, llegó a mis manos en el momento más oportuno, el día en el que celebraba mi cincuenta cumpleaños. El escrito, muy breve, pertenece a un libro que lleva el mismo nombre:

EL PORVENIR DE MI PASADO... 

     Eso fui. Una suerte de botella echada al mar. Botella sin mensaje. Menos nada. Nada menos. O tal vez una primavera que avanzaba a destiempo. O un suplicante desde el Más Acá. Ateo de aburridos sermones y supuestos martirios. Eso fui y muchas cosas más. Un niño que se prometía amaneceres con torres de sol. Y aunque el cielo viniera encapotado, seguía mirando hacia delante, hacia después, a renglón seguido. Eso fui, ya menos niño, esperando la cita reveladora, el parto de las nuevas imágenes, las flechas que transcurren y se pierden, más bien se borran en lo que vendrá. Luego la adolescencia convulsiva, burbuja de esperanzas, hiedra trepadora que quisiera alcanzar la cresta y aún no puede, viento que nos lleva desnudos desde el suelo y quién sabe hasta (y hacia) dónde. Eso fui. Trabajé como una mula, pero solamente allí, en eso que era presente y desapareció como un despegue, convirtiéndose mágicamente en huella. Aprendí definitivamente los colores, me adueñé del insomnio, lo llené de memoria y puse amor en cada parpadeo. Eso fui en los umbrales del futuro, inventándolo todo, lustrando los deseos, creyendo que servían, y claro que servían, y me puse a soñar lo que se sueña cuando el olor a lluvia nos limpia la conciencia. Eso fui, castigado y sin clemencia, laureado y sin excusas, de peor a mejor y viceversa. Desierto sin oasis. Albufera. Y pensar que todo estaba allí, lo que vendría, lo que se negaba a concurrir, los angustiosos lapsos de la espera, el desengaño en cuotas, la alegría ficticia, el regocijo a prueba, lo que iba a ser verdad, la riqueza virtual de mi pretérito. Resumiendo: el porvenir de mi pasado tiene mucho a gozar, a sufrir, a corregir, a mejorar, a olvidar, a descifrar, y sobre todo a guardarlo en el alma como reducto de última confianza.
  

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